31 de enero de 2014

El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo

La obra póstuma del  polifacético escritor y diplomático italiano cumplió el año pasado nada más y nada menos que 500 años. En ella, el autor desarrolla las estrategias políticas y militares que cualquier gobernante con vocación de perpetuidad debe conocer y dominar para equilibrar las fuerzas internas del Estado, afrontar ataques externos o manejar la voluntad del pueblo en lo que hoy diríamos por “razones de estado”. Tanto la obra como el autor han sido ampliamente vilipendiados desde el mismo momento de su publicación hasta el día de hoy (el término “maquiavélico” se utiliza como expresión del mal), aunque Sartre ya dijo no sin cierta ironía que el “Maquiavelismo es anterior a Maquiavelo”.
La Iglesia Católica amenazó con excomunión a todo aquel que leyese el escrito ya en 1560 y a partir de ahí el ataque frontal a la obra casi se convirtió en un género literario. Pese a ello, no han sido pocos los gobernantes que han hecho referencia o la han estudiado casi de forma enfermiza y a veces secreta. De entre todas ellas destacamos la edición comentada por Napoleón Bonaparte, que atiza y aplaude a partes iguales las ideas planteadas en el libro.

Aquí, un fragmento de "El Príncipe":

DE QUÉ MODO LOS PRÍNCIPES DEBEN CUMPLIR SUS PROMESAS

Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple la palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez; pero la experiencia nos demuestra, por lo que sucede en nuestros tiempos, que son precisamente los príncipes que han hecho menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas. Digamos primero que hay dos maneras de combatir: una, con las leyes; otra, con la fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda, de la bestia. Pero como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda. Un príncipe debe saber entonces comportarse como bestia y como hombre. Esto es lo que los antiguos escritores enseñaron a los príncipes de un modo velado cuando dijeron que Aquiles y muchos otros de los príncipes antiguos fueron confiados al centauro Quirón para que los criara y educase. Lo cual significa que, como el preceptor es mitad bestia y mitad hombre, un príncipe debe saber emplear las cualidades de ambas naturalezas, y que una no puede durar mucho tiempo sin la otra. De manera que, ya que se ve obligado a comportarse como bestia, conviene que el príncipe se transforme en zorro y en león, porque el león no sabe protegerse de las trampas ni el zorro protegerse de los lobos. Hay, pues, que ser zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos. Los que sólo se sirven de las cualidades del león demuestran poca experiencia. Por lo tanto, un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer. Si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no sería bueno; pero como son perversos, y no la observarían contigo, tampoco tú debes observarla con ellos. Nunca faltaron a un príncipe razones legitimas para disfrazar la inobservancia. Se podrían citar innumerables ejemplos modernos de tratados de paz y promesas vueltos inútiles por la infidelidad de los príncipes. Que el que mejor ha sabido ser zorro, ése ha triunfado. Pero hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular. Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.
MAQUIAVELO, N. De qué modo los príncipes deben cumplir sus promesas, en El Príncipe. Disponible en Amazon: Enlace



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